
Con las compras con tarjeta de crédito me dan puntos. Veo por internet que en unos pocos días me caducan 600 puntos así que consulto el catálogo de regalos. Está lleno de chorradas. Las dimensiones de mi nanococina limitan el número de electrodomésticos por muy pequeños que sean, así que opto por el carrito de la compra. En la foto es de un bonito color azul y indica que es plegable. Hago el pedido y me felicito por tan buena elección, porque estoy hasta los coj... de cargar con la cesta. ¿Por qué no se me habría ocurrido antes?
Jueves, 24 de enero: El engendro ha llegado
-Sí, sí, aquí hay algo a tu nombre, pero no parece un carrito, es muy pequeño, no se...
-Ya, ésta es la gracia, que es plegable (soy una bocazaaaaas)
Viernes, 25 de enero: La entrega del engendro
Me presento en la oficina y pregunto por el carrito. Ah, sí, espera que lo voy a buscar. La señora vuelve con algo que parece una bolsa de nylon doblada, con un estampado horroroso a rayas. Coño, en el catálogo era de color azul. No puedo evitar quejarme.
-Bueno, no se si funcionará bien, pero desde luego que el estampado es como tiene que ser: de carro de vieja chocha.
Los banqueros se ríen demasiado. Todavía no sabía por qué.
Cuando llego al trabajo y lo saco del envoltorio se me cae el alma a los pies. Era la cosa más cutre que había visto desde la última vez que entré en un Bazar Oriente. Una bolsa a cuadros, con asas y ruedecitas desplegables, pero sin armazón que le dé forma. Hago un simulacro en el laboratorio, cargándolo con unas cuantas botellas de agua destilada; no lo veo muy claro. La bolsa se dobla, pero se desliza aceptablemente, por lo que decido someterlo a la prueba de fuego: visita sabatina al mercado con mi progenitora.
Sábado, 26 de enero: La hecatombe final
Decido estrenar la cutrebolsa de pakistaní metiendo dentro un calefactor estropeado para llevarlo a un Punt Verd (nombre con tufillo ecologista con el que ahora se conocen las antiguas chatarrerías). Son las 9:30h de la mañana cuando salgo a la semidesierta calle camino al mercado. Sólo he recorrido dos metros cuando me doy cuenta de la desgracia: las ruedas de la bolsa-engendro no son de goma, son de plástico. Este detalle aparentemente banal hace que la silenciosa calle Rosselló a esas horas se llene con un CLACLACLACLACLACLACLAC de las ruedas de mi maldito carrito sobre el grabado de las baldosas de la calle. Sigo caminando toda digna y desafiante arrastrando una bolsa que suena como un maletón de 25kg, pero cuando un señor bigotudo unos metros más adelante se gira con extrañeza para ver qué es tan ruidoso, se me empiezan a bajar los humos. Dos calles más allá, ya he descendido a los infiernos de la vergüenza y llevo el supuesto carrito de la compra bamboleándose en volandas, con las asas a punto de seccionarme el antebrazo y las ruedecitas golpeándome los tobillos.
Corolario: ningú no dóna duros a quatre pessetesSábado, 26 de enero: La hecatombe final
Decido estrenar la cutrebolsa de pakistaní metiendo dentro un calefactor estropeado para llevarlo a un Punt Verd (nombre con tufillo ecologista con el que ahora se conocen las antiguas chatarrerías). Son las 9:30h de la mañana cuando salgo a la semidesierta calle camino al mercado. Sólo he recorrido dos metros cuando me doy cuenta de la desgracia: las ruedas de la bolsa-engendro no son de goma, son de plástico. Este detalle aparentemente banal hace que la silenciosa calle Rosselló a esas horas se llene con un CLACLACLACLACLACLACLAC de las ruedas de mi maldito carrito sobre el grabado de las baldosas de la calle. Sigo caminando toda digna y desafiante arrastrando una bolsa que suena como un maletón de 25kg, pero cuando un señor bigotudo unos metros más adelante se gira con extrañeza para ver qué es tan ruidoso, se me empiezan a bajar los humos. Dos calles más allá, ya he descendido a los infiernos de la vergüenza y llevo el supuesto carrito de la compra bamboleándose en volandas, con las asas a punto de seccionarme el antebrazo y las ruedecitas golpeándome los tobillos.
(Foto: día de mercado en Delft)