
La complicidad de algunas personas cercanas que también están con un poco de flojera, los encuentros ayer y anteayer con personas muy queridas que hacía tiempo que no veía y una tregua en el trabajo me han hecho olvidar que la vida que llevo no me gusta. La casualidad ha querido que todo esto confluyera en estos dos últimos días.
Tras unos días gris, mi casa revienta de luz esta mañana; el día clama un cambio. He puesto buena música, nada de noticias. Y de desayuno, hoy algo diferente. La música, la luz, y el pan de aceitunas que hice anteayer con un bue chorreón de aceite de Cambrils que me regaló Ester (gràciees!) me han hecho levitar unos milímetros por encima del suelo. Mientras me echaba otro chorro de aceite me he dicho joder, esto es la felicidad. Minutos fugaces en que todas las piezas encajan y todo gira al unísono.
Ahora se acabaron las experiencias místicas, que tengo que ir a trabajar. Y el techo de uralita tendrá que esperar.